San Antonio nació en Portugal, en Lisboa, en 1195. Una tradición tardía indica la fecha del 15 de agosto. Hijo de padres nobles, sabemos que fue bautizado con el nombre de Fernando.
Transcurre los primeros años de formación bajo la guía de los canónigos de la catedral. Serán años preciosos para su formación y discernimiento.
Alrededor de los 15 años entra en el convento agustino de San Vicente, fuera de las murallas de Lisboa, para adherir al proyecto de consagración a Dios que había ido madurando.
Aquí vive unos dos años. Luego, probablemente para evitar las distracciones de amigos y parientes de la ciudad, con el permiso de los religiosos se traslada a Coímbra, que en aquel tiempo era la capital de Portugal, donde surge otra abadía de los canónigos agustinos.
Permanecerá en Coímbra 8 años, profundizando en su formación religiosa y dedicándose al estudio de las ciencias humanas, bíblicas y teológicas: los frutos de este estudio lo convertirán en uno de los eclesiásticos más cultos de la Europa de los inicios del siglo XIII.
En 1220 Fernando, por primera vez, entra en contacto con los frailes menores, religiosos fundados por Francisco de Asís en la lejana Italia. De hecho, las reliquias de cinco misioneros franciscanos torturados y asesinados en Marruecos, son llevadas a Coímbra, a la iglesia de la Santa Cruz, donde vive Fernando. Probablemente es en este período que profundiza su contacto con los primeros franciscanos llegados a Portugal.
El encuentro se revelará fundamental en el camino de fe del joven religioso: con gran sorpresa de todos, en el septiembre de 1220 decide dejar a los canónigos agustinos para entrar a formar parte de los seguidores de Francisco de Asís. Con este motivo abandona el viejo nombre de bautismo para tomar el de Antonio
Antonio madura una fuerte vocación misionera y, en particular, al martirio: con este ideal parte para Marruecos.
Sin embargo, llegado a Marruecos, Antonio contrae una grave y no bien precisada enfermedad: es obligado al reposo forzado y no puede predicar. Pasado algún tiempo y no sanando, no le queda más que rendirse a la voluntad de Dios y regresar a la patria. Pero el barco en que había embarcado, empujado por vientos contrarios va a dar a Sicilia, con un desastroso naufragio.
Después de una convalecencia de un par de meses, de Sicilia se dirige a Asís: es la ocasión propicia para encontrar a Francisco de Asís que, para Pentecostés de 1221, había convocado a todos los frailes. Será un encuentro simple, pero capaz de confirmar la elección que Antonio había hecho de seguir a Cristo por medio de la fraternidad y minoridad franciscanas.
Antonio es invitado a dirigirse a Romaña, al eremitorio de Montepaolo, cerca de Forlí, para dedicarse a la oración, a la meditación y al servicio humilde de los frailes.
En septiembre de 1222 se celebran en Forlí las ordenaciones sacerdotales. Según se cuenta, faltó el predicador invitado para la ocasión: Antonio -religioso y sacerdote- es invitado a sustituirlo: es la revelación de su talento como predicador. A pesar de ser extranjero, de sus palabras emergen su profunda cultura bíblica y su simplicidad de expresión.
A partir de aquel día Antonio es enviado por los caminos del norte de Italia y del sur de Francia para animar con su predicación del Evangelio a las gentes y a los pueblos, a menudo confundidos por los movimientos heréticos que se difundían en aquel tiempo. Tendrá también palabras de corrección para la decadencia moral de algunos exponentes de la Iglesia.
Finalizando el 1223 le es propuesto a Antonio enseñar teología en Bolonia, tarea que realiza durante dos años, a la edad de 28-30 años. Así pues, san Antonio es uno de los primeros religiosos dedicados a la enseñanza de la teología en la fraternidad de los Menores, recibiendo para esto la aprobación del mismo san Francisco, por medio de una carta que ha llegado hasta nosotros.
Sabemos que en 1226 Antonio estaba en Limoges, Francia; no tenemos noticias claras de cuándo regresó a Italia. Las hagiografías indican, sin embargo, su presencia en Asís, para el capítulo general de los Frailes menores que se tuvo allí en Pentecostés, el 30 de mayo de 1227.
Antonio, por sus talentos, que demuestra saber poner al servicio del Reino de Dios, recibe también el encargo de Ministro Provincial (o sea, guía de las fraternidades franciscanas) del norte de Italia, con mucha probabilidad en el trienio de 1227-1230. El encargo comporta la visita a los numerosos conventos de la Italia septentrional. Antonio demostrará enseguida preferir la ciudad de Padua y la pequeña comunidad franciscana junto a la simple iglesita de Santa María Mater Domini.
En esta ciudad, Antonio se quedará durante dos breves períodos de tiempo, cerca uno del otro: el primero entre 1229 y 1230; el segundo entre 1230 y 1231, durante el cual muere prematuramente. A pesar de ser un período tan breve, Antonio instaura un fortísimo vínculo con esta ciudad.
La Assidua, la primera biografía de san Antonio, afirma que escribió sus Sermonespara los domingos durante una de sus permanencias en Padua. A pesar de que la noticia no está probada del todo, es cierto que este voluminoso texto (dirigido en modo particular a sus frailes para formarlos en el arte de la predicación) expresa la gran ciencia teológica del religioso que -después de la canonización- recibirá el título de Doctor de la Iglesia.
El empeño que puso Antonio en la predicación y en el sacramento de la reconciliación durante la Cuaresma de 1231 puede considerarse su gran testamento espiritual.
A todo esto se une una gran atención por los pobres y por los males de la ciudad: gracias a sus intervenciones y enseñanzas sabemos que en un estatuto ciudadano, relativo a los deudores insolventes, el 17 de marzo de 1231, el magistrado jefe (algo así como el alcalde) de Padua, Esteban Badoer, estableció que el deudor que no pudiera pagar, sin culpa suya, una vez cedidos sus bienes a cambio, no sería encarcelado.
Los trabajos de la Cuaresma desgastaron un físico ya exhausto. Después de la Pascua acepta retirarse con otros frailes a Camposampiero (pueblecito a pocos kilómetros de Padua) huésped del conde Tiso. Pide, sin embargo, que le sea acondicionado un simple refugio sobre un gran nogal, donde transcurre las jornadas en contemplación con Dios y en diálogo con las gentes humildes de la aldea. Es durante esta permanencia que se le aparece el Niño Jesús y dialoga con él, como testificará el conde Tiso.
Un viernes -es el 13 de junio de 1231- se siente aquejado por un fuerte malestar. Puesto en una carreta es llevado a Padua, donde el mismo ha pedido poder morir. Llegado a la Arcella, un barrio a las puertas de la ciudad, murmurando las palabras “Veo a mi Señor”, expira a la edad de unos 36 años.
Algunos días después, con solemnes funerales, Antonio es sepultado en Padua, en la iglesita de Santa María Mater Domini, su refugio espiritual en los períodos de intensa actividad apostólica.
Al cabo de un año de su muerte, la devoción de los paduanos y la fama de tantos prodigios realizados convencen al papa Gregorio IX a ratificar rápidamente la canonización, o sea, a proclamarlo santo el 30 de mayo de 1232, sólo 11 meses después de la muerte.
En 1946 la Iglesia proclama a san Antonio de Padua “Doctor de la Iglesia Universal”, con el título de Doctor Evangelicus.
San Antonio es enterrado en Padua, en la iglesita de Santa María Mater Domini, el martes 17 de junio de 1231. Probablemente el cuerpo no fue enterrado sino puesto un poco elevado en una urna de mármol, de manera que los devotos, siempre más frecuentes y numerosos, pudieran ver y tocar el arca-tumba.
Con el paso de los siglos, por distintos motivos, la tumba ha sido abierta y sus reliquias trasladadas en tres ocasiones:
El más importante reconocimiento y traslación ocurrió el 8 de abril de 1263, cuando el cuerpo fue trasladado a la Basílica terminada, que había sido construida en su honor. Buenaventura de Bañoregio, entonces ministro general de los franciscanos y luego también él santo, presidió la ceremonia.
Al examinar los restos mortales, antes de colocarlos en una nueva caja de madera, se dio cuenta de que la lengua del Santo permanecía incorrupta. Ante tal descubrimiento, Buenaventura exclamó: “Oh lengua bendita, que siempre has bendecido al Señor y has hecho que otros lo bendigan, ahora queda manifiesto cuántos méritos has adquirido ante Dios”
Otra traslación segura ocurre el 14 de junio de 1310, cuando las sagradas reliquias fueron solemnemente transportadas a la nueva capilla dedicada al Santo en la extremidad izquierda del crucero de la Basílica.
El 14 de febrero de 1350, el cardenal Guido de Boulogne viene a Padua para cumplir una promesa al Santo (había sido sanado de la peste negra) y para donar un precioso relicario en el que fue puesta la mandíbula del Santo.
El 6 de enero de 1981 se inició una importante investigación sobre los restos del Santo, en ocasión del 750 aniversario de la muerte de san Antonio. Una comisión religiosa y una comisión técnico-científica, entrambas nominadas por la Santa Sede, cuidaron la apertura de la tumba y examinaron todo lo que allí encontraron. Removida la lápida lateral de mármol verde, se encontró una caja grande de madera de abeto, envuelta en telas preciadas.
Esta contenía otra caja más pequeña de madera, dentro de la cual, en diversos paquetes envueltos en telas preciosas y colocados en tres compartimientos con sus respectivos escritos había:
– el esqueleto, con la excepción del mentón, del antebrazo izquierdo y de otras partes menores (conservadas por siglos en otros relicarios particulares),
– el hábito
– la “massa corporis”, o sea, las cenizas, en las que fueron individuadas las frágiles partes del aparato vocal del Santo, como para confirmar el prodigio de la lengua incorrupta.
Los restos de san Antonio fueron recompuestos en una urna de cristal y expuestos, desde la tarde del 31 de enero a la tarde del 1 de marzo de 1981 (un total de 29 días) a la veneración de los devotos que acudieron en multitudes impresionantes: más de 650.000 personas.
Terminada la exposición, la urna de cristal fue encerrada en una caja de roble y recolocada en la secular tumba-altar de la capilla dedicada a san Antonio.
Algunos de los hallazgos, en particular el hábito y las reliquias del aparato vocal de san Antonio, están hasta hoy expuestos en la Capilla de las Reliquias.
Finalmente, en febrero de 2010, durante seis días, los fieles pudieron venerar los despojos mortales de san Antonio, expuestos en la Capilla de las Reliquias de la Basílica del Santo, antes de que regresaran a la Capilla del Arca una vez terminada la restauración iniciada en 2008.
Resultado: alrededor de 200.000 peregrinos llegados a la Basílica y 150.000 oraciones dejadas sobre la tumba, confirman una vez más, si hubiese necesidad, el amor de la gente por nuestro querido Santo.